30 abr 2010
Berceo, joya del folklore popular castellano
Berceo no tiene invención cuanto a los asuntos, ni la quiere tener: "Lo que non es escripto non lo afirmaremos..., non lo diz la leyenda, non so yo sabidor". "Al non escribimos si non lo que leemos". Y es que se da por puro divulgador en romance, para la gente popular, de lo que ellos no podían entender en latín. Pero que tenía inventiva poética se echa bien de ver por la abundancia de vena con que desenvuelve sus leyendas, la riqueza de comparaciones sencillas y tomadas de la vida real, los sentimientos delicados, la deleitosa unción con que empapa cuanto toca. Su misma riqueza de pensamientos y de palabras y su desconocimiento del arte antiguo, la hace ser palabrero y difuso, borboteando prosa rimada sin cansarse, no sabiendo escoger, cercenar, pulir ni acicalar. Es un poeta devoto, que sin cortapisas dice cuanto se le ocurre en el fácil metro, que él conoce, de la cuaderna vía, bien así como lujurioso campo sin cultivo, que en asomando la primavera brota sin freno por todas partes. Es el cantor de las costumbres monacales del pueblo castellano, que en torno a la abadía apacienta su alma materia inasequible, con piadosas leyendas, sin otras miras políticas (éticas) ni menos artísticas (estéticas). Toma, como la mayor parte de los poetas mediovales, de los escritos latinos los asuntos; pero como poeta de buen natío que es, aunque sin cultura artística, ve esas leyendas y milagros como si las tuviera delante de los ojos en la tierra y entre las gentes que conoce, en escena pintoresca y coloreada por las costumbres de su tiempo, y embebecido en ellas, hiérenle el alma y le salen a la boca tan sentidas como vivas, en narración dramática, que corre abundosa y fácil, sin tropiezo ni embarazo, que no se lo sabe poner su poco aquilatado esmero y su menos contenida verbosidad de cura de aldea, pero siempre devota y llena de verdad y honrada campechanería. No es un gran poeta, pero se deja querer por su apacible sencillez y devota unción. Es el dechado del poeta erudito del mester de clerezia, con aquella barata erudición de algunos libros en mal latín, que alcanzaban los pocos y poco doctos de aquel tiempo, clérigos o amigos de los monasterios. El lenguaje es el vulgar, pero aquellos semidoctos clérigos no suponían escribir más que en el mal latín, que corrompido por la gente del pueblo castellano llamaban roman paladino, procuraban allegarlo al latín cuanto podían, usando las voces de las escrituras y libros que manejaban y con la ortografía que al escribir en su mal latín empleaban. El castellano Berceo, sin embargo, no se avergüenza, como los más puntosos y fieros imitadores de las letras clásicas que después vinieron en el Renacimiento Castellano, ni repara en echar mano de voces enteramente vulgares, que para algunos quisquillosos pasan por groseras y poco literarias. Nuestro Berceo sabe todavía a la pega de los juglares de Castilla.
Hay un cantarcillo en el Duelo de la Virgen (178-190), que Berceo pone en boca de judíos, en octosílabos, que campea en medio de los pesados tetrastrofos monorrimos alejandrinos, como una joya del folklore popular castellano entre la convencional erudición del mester de clerezia. Aquel estribillo "¡eya velar!", es una racha de sol entre la neblina, que nos deja barruntar, ya que no ver nuestros ojos, lo que sería la verdadera poesía popular castellana, la del mester de juglaría, que por despreciarla los doctos de entonces y los centralistas de derecha e izquierda de hoy, dejan en el silencio del olvido y, con todo, es de tan recio y fino metal como se transparenta por el cantar de Mío Cid y por los romances viejos del siglo XV de Castilla.
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